DÍA MUNDIAL DEL AGUA
El día mundial del agua, es celebrado, desde 1993, todos los 22 de marzo. Así se estableció en la Conferencia de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente y el Desarrollo, que se llevó a cabo en 1992 en la ciudad de Mar del Plata (Argentina).
El objetivo es que las naciones realicen actividades relacionadas con la conservación y el desarrollo de los recursos hídricos los cuales contribuyen a la productividad económica y al bienestar social.Estas actividades van desde producir y difundir documentales, organizar conferencias, seminarios y exposiciones que hablen sobre cómo conservar este bien preciado para la humanidad.
Se estima que cerca de 100 millones de personas no tienen acceso al agua dulce, y eso genera grandes penurias para esas familias. Si esto sigue así “ninguna medida haría más por reducir las enfermedades y salvar vidas en los países en desarrollo que facilitar un acceso general al agua potable y a los servicios de saneamiento”, dicen los expertos.
Para este año, la ONU dedicará el Día Mundial del Agua a la calidad de ésta, y todas las actividades reflejarán este mensaje. Aquí veremos qué podemos hacer nosotros desde nuestro lugar.
Primero conocer el consumo actual que hacemos de este recurso, revisar los propios hábitos de consumo y verificar los aparatos sanitarios de nuestra casa (que ningún grifo gotee, que el inodoro funcione correctamente, sin pérdidas, etc.). Se recomienda ducharse en cinco minutos, y no quedarse más tiempo derrochando agua.
Cerrar el grifo mientras nos cepillamos los dientes, enjabonamos o afeitamos. No arrojar papel higiénico al inodoro, sino a un tacho de basura. Se aconseja, además, lavar el auto una vez al mes.En cuanto a la limpieza de calles y el patio del jardín, utilizar una escoba y un recogedor, y así, evitando limpiar con manguera, se puede ahorrar 200 litros.
Estas son sólo algunas recomendaciones, simples, que no te generan ningún cambio profundo en tu conducta habitual. Sólo hay que prestar atención a las actividades cotidianas y de esa manera se puede ahorrar agua y bastante.
Pero para el funcionario el tema del agua es más importante que otros. “Sabemos que hay otros temas como el de la educación, pero el tema del agua es aún más importante, pues sin agua no hay construcción, empleo, progreso y tampoco futuro. Estamos poniendo el dedo en la llaga y buscamos seguir concientizando a nuestras familias y alumnos en las escuelas sobre la importancia de una cultura de ahorro de agua”, expresó.
Este día se conmemora también la conformación del Frente Ciudadano por el Agua de la capital, una instancia de participación de sectores diversos de la población cuyo objetivo principal es buscar una solución integral en la concientización y educación de la población para lograr el abastecimiento del vital líquido, sostuvo.La represa Los Laureles se encuentra este martes a un 30 por ciento de su capacidad, “lo que representa la misma cantidad del año pasado, ahora estamos parados (en tierra firme) donde tendría que estar cubierto completamente de agua”. “El tema del agua, repito, es el más importante de la ciudad capital”.
Tegucigalpa cuenta con dos represas Los Laureles y Concepción, pero no son suficientes para abastecer la demanda, de más de un millón y medio de habitantes que se enfrentan nuevamente a un desabastecimiento.
Este desperdicio de agua se ha ido incrementado a medida que pasan los años la historia del agua comienza desde aqui:El origen de las aguas y su ciclo en la naturaleza no se aclaran para los sabios europeos sino hasta fines del siglo XVII. El ciclo del agua comprende tres partes: 1) el mar y, en una mínima medida, la cobertura vegetal (evaporación cuyo motor es la energía solar); 2) las nubes (transferencia, condensación, precipitación); 3) el agua continental superficial (fuentes, ríos, lagos) y subterránea que termina por volver al mar después de un tiempo más o menos largo, a excepción de las aguas fósiles.
En Occidente, el libro fundador de la hidrología científica es la obra de Pierre Perrault "De l'origine des fontaines", publicado en 1674 por Pierre Le Petit, en París. Perrault efectuó un balance hidrológico de una cuenca situada en el curso superior del Sena. En 1687, el británico Edmond Halley estimó la evaporación del Mediterráneo, comparando luego esta evaluación con los aportes de los ríos que allí desembocan. Para conocer la evapotranspiración de los vegetales, el matemático francés De La Hire construyó tres lisímetros en 1688.
No obstante, fuera de Europa, 500 años antes de J.C., los chinos conocían el ciclo del agua y Kautilya, ministro de la dinastía india de los Maurya (382-184 antes de J.C.) obligaba a medir la lluvia en un cubo colocado delante de almacenes agrícolas. Para los servicios públicos, el primer sistema de anuncio de crecidas que utilizaba jinetes que viajaban más rápido que la ola, se remonta al año 1574. Fueron los chinos quienes implementaron este sistema en el Río Amarillo. No debiendo nada al Occidente, los coreanos hacían mediciones de lluvia seguidas y sistemáticas desde 1441 y continúan haciéndolo hasta nuestros días.
La dificultad mayor para comprender el ciclo del agua era explicar por qué el nivel de los océanos no se elevaba, a pesar del aporte continuo de los ríos. Habría sido necesario estimar la fuerte cantidad de agua oceánica evaporada por la energía solar; pero, esto era imposible ya que las extensiones marinas se suponía que ocupaban sólo una superficie muy reducida en un mundo plano y en forma de disco. Pero este concepto heredado de Tolomeo (90-168 d.C.), desapareció poco a poco en el Occidente, sobre todo después de los trabajos de Copérnico (1473-1543) y de Galileo (1564-1642).
Otra paradoja difícil de resolver para los antiguos se presentaba en Egipto. La crecida del Nilo tenía lugar en plena estación seca y los ribereños no conocían las fuentes del río, descubiertas recién en el siglo XIX por los europeos. Los antiguos egipcios de castas bajas concebían la subida del mar en el río creyendo que el Nilo sólo era un brazo del Mediterráneo. Sin embargo, los letrados seguían sus crecidas mediante las primeras escalas implantadas en el lecho del río, los famosos nilómetros.
Finalmente, se planteaban aún otros problemas, pues al cesar las lluvias los ríos seguían corriendo. ¿Cómo eran alimentados? Entre otras hipótesis más sólidas, Aristóteles (384-322 a.C.) consideraba de manera fantasiosa que el flujo de los ríos encontraba en parte su fuente en la condensación del vapor de agua subterránea, producida a su vez por el flujo y la desalinización del agua de mar en el suelo.
El agua era un don de los dioses. La aversión a modificar el ciclo de la naturaleza se nota incluso en los antiguos romanos y los citadinos en particular. Así hicieron girar noche y día los molinos y alimentaron fuentes y termas gigantes. Los juegos náuticos necesitaron la creación de circos específicos, . El historiador Pierre Grimal denomina a Roma como "la ciudad del agua", ya que once acueductos importantes alimentaban la ciudad al final del imperio. Pero, ya hacia el 144 antes de J.C., la técnica de los era dominada gracias al empleo de conductos de plomo, metal abundante en la actual España. Según fuentes bibliográficas, el agua disponible transportada por habitante alcanzaba en Roma aproximadamente los 1000 litros/día bajo el imperio de Trajano (98-117 después de J.C.). Pero esta evaluación no toma en cuenta fugas y pérdidas enormes de la red antigua. Caída Roma, luego Constantinopla, el gusto por las fuentes, por los juegos de agua y las termas se perpetúa y se perfecciona en el mundo árabe y persa, antes de penetrar de nuevo en Europa en la época barroca. No obstante, la moda del termalismo sólo tuvo lugar verdaderamente en el siglo XVIII y sobre todo en el siglo XIX, con el redescubrimiento del cuerpo y el culto de la higiene. Marienbad, Vichy, Baden-Baden, Spa, Bath y Montecatini florecieron. En Francia, la emperatriz Eugenia promocionó con su ejemplo el termalismo. Guy de Maupassant describe de manera realista en "Mont-Oriol" (1887), el nacimiento de una ciudad termal en el campo.
El agua era un don de los dioses como el árbol fuente o árbol santo de las Canarias, que captaba agua de la neblina hasta 1610 y alimentaba así a las poblaciones precolombinas de la isla de Hierro. Para los Incas, el Lago Titicaca era el centro del mundo original. En el México azteca, Tláloc era el dios de la lluvia. Simbolizado por una rana o un sapo, era la divinidad de los campesinos. De hecho, el agua era el factor esencial de la estabilidad y de la organización de los pueblos precolombinos de México. Finalmente, en el nuevo mundo, hacia 1730, la venida de la lluvia era aún un fenómeno divino para Bartolomeo Arzáns, cronista de Potosí, la ciudad americana más grande del siglo XVII.
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No obstante, el hombre perdió muy rápidamente la llave del paraíso.
Las enfermedades de origen parasitario, bacteriano y viral relacionadas con el agua están muy expandidas. El hombre las propaga por una higiene deficiente o por comportamientos erróneos frente al agua. A fines del siglo XIX, Louis Pasteur y su escuela muestran el papel de los microbios en las enfermedades infecciosas y, por lo tanto, la importancia de la higiene. La parasitosis de origen hídrico domina muy ampliamente la patología de los habitantes del tercer mundo: paludismo (1 millón de muertes por año, 100 a 150 millones de casos anuales, correspondiendo el 90% a África, y 300 millones de portadores de parásitos), sistosomiasis (300 millones de personas con riesgo), filariosis, etc. Entre las bacterias, el vibrión colérico sigue siendo el más tristemente célebre en Europa a causa de la pandemia de 1854 (cerca de 150.000 muertes en Francia). En el siglo XIX y XX, siete pandemias mundiales causaron la muerte de centenas de millares de personas. Entre las virosis, la hepatitis A es como el cólera una enfermedad de las manos sucias y del agua contaminada. A este séquito, hay que agregar las disenterías de origen parasitario, bacteriano y viral gravísimas en el recién nacido.
Entre las grandes lluvias y las inundaciones históricas, los ocho años húmedos 1313-20 afectaron a toda Europa y produjeron en 1315-16 una de las peores hambrunas de la Edad Media. En Winchester, Inglaterra, el no se secaba más, las cosechas eran ridículas, los bueyes perdían sus cuatro herraduras, las anguilas se propagaban fuera de los estanques, etc. El precio del grano alcanzó el triple del promedio calculado para el período 1270-1350. El número de muertes no fue superado por la gran peste de 1349. Al lado de las calamidades naturales, la mala utilización de los suelos multiplica las arroyadas y desencadena la erosión sobre todo en las zonas montañosas áridas y semiáridas. En Francia, asimismo, el aprovechamiento anárquico y la ocupación permanente de los lechos mayores, muy amplios en la región mediterránea, son responsables de la tragedia de junio de 1957 de Guil en Haute-Durance, descrito por el hidrólogo Maurice Pardé y, recientemente, las de Nimes, de Vaison-la-Romaine y de los Alpes-Marítimos.
Tomado de www.google.com
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